Actualmente, el suicidio se ha convertido en una realidad cada vez más visible y normalizada, siendo la primera causa de muerte no natural en nuestra sociedad. Según datos del INE (Instituto Nacional de Estadística), en el año 2020, 3941 personas fallecieron por esta causa en nuestro país. En concreto, 300 corresponden a la franja entre los 15 a 29 años, y 14 para menores de 15 años. Datos alarmantes que nos invitan a reflexionar sobre cuáles son los motivos por los que existan cifras tan altas entre los adolescentes de nuestra sociedad.
¿Pero cómo podemos ayudar a nuestros hijos para prevenir la ideación y/o conducta suicida?
Hablar de vida con los más jóvenes es hablar de muerte. Una va ligada a la otra irremediablemente, aunque en ocasiones sigamos intentando ocultar esta última. Es fundamental que eduquemos desde temprana edad en aspectos claves como la inteligencia emocional,esa práctica que hoy en día se ha introducido en los colegios pero que hace unas décadas la veíamos en la calle, como cuando nos caíamos y no raspábamos las rodillas, o simplemente, sabíamos resolver nuestros problemas sin esa necesidad imperiosas de aislarnos entre las tecnologías.
En los últimos años, se ha experimentado un cambio en las tendencias de los más jóvenes que ha venido de la mano de esto último, del progresivo abuso que se realiza de las tecnologías, y aspectos culturales y laborales como son la pérdida de tiempo dentro del ámbito familiar, principalmente con los progenitores, la difusión de las figuras de autoridad, la baja tolerancia a la frustración (factor posiblemente de los más importantes que podamos mencionar) o el cambio en la sociabilización desde temprana edad, viendo como cada vez el uso de tecnologías, entre otros factores, hacen que vayamos a una sociedad más individualista y competitiva.
A la hora de analizar la conducta suicida en este rango de población, nos encontraríamos con una serie de criterios importantes que podrían ser la antesala del riesgo de sufrir pensamientos y/o conductas suicidas: dificultades en el grupo de iguales o de pareja, la falta de adhesión e identificación grupal, maltrato físico y/o sexual, aislamiento social, acoso escolar, dificultades escolares, conflictos familiares, situaciones vitales estresantes, identidad de género, o conflictos personales y/o psicológicos, son un ejemplo de la larga lista que podríamos enumerar.
¿Pero qué podemos hacer cuando vemos a alguien de nuestro entorno que está sufriendo y podría estar valorando el suicidio como solución de sus problemas?
Lo primero de todo es validar sus emociones, respetando en todo momento lo que siente, sin juzgar ni cuestionar lo que nos está diciendo. Para ello, es fundamental no perder la calma en ningún momento, intentando mostrar, a través de una escucha activa y empática, que estas para ayudarle y que no esta solo, hablando de forma clara y abierta sobre el suicidio.
Fomentar relaciones sanas entre iguales y con el entorno familiar, realizar actividades que les alejen del uso abusivo de las tecnologías, sociabilizar de forma natural con el entorno, seguir trabajando en la búsqueda de reforzadores naturales positivos (aquellas cosas con las que disfrutamos de manera natural y espontanea), o enseñar a gestionar emocionalmente las dificultades que nos puedan ir surgiendo diariamente, nos ayudarán a prevenir cualquier tipo de conducta autolítica y/o suicida.
Del mismo modo, la ayuda profesional, dentro del ámbito de la salud mental, tanto desde la psicología como de la psiquiatría, serán necesarias para seguir avanzando en la mejoría del paciente, dotando al adolescente de recursos y habilidades personales que le ayuden a seguir avanzando en la vida.
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